domingo, 16 de julio de 2017

La gorda


La gorda se sienta por las tardes en el banco del parque. Sus muslos enormes curvan la frágil estructura de madera. Se queda ahí sentada todo el rato. Algunos decían que era porque no podía moverse más, sus pulmones aplastados entre kilos de grasa no podían soportar un paseo. Así que allí estaba ella, su grasa extendiéndose sin pudor en el banco. El sudor facilita la tarea; últimamente las tardes son muy calurosas, inusualmente calurosas, algunos dicen que se avecina un desastre. Y allí está la gorda, sentada en el banco del parque. Milímetro a milímetro el sebo lucha contra la madera, como una sustancia viva que busca engullir, que necesita engullir. Algunos decían que era la punta de la pirámide alimenticia, y la base, y toda ella en su conjunto. Los transeuntes que pasaban al lado ni siquiera pestañean, demasiado acostumbrados a sesiones de loboteletomía cerebral. Apenas se inmutan cuando un caniche azulado se acerca a orinar al banco, con la mala suerte de quedar atrapado en las fauces de la grasa. El banco ya apenas se puede ver, sólo se ven telas rajadas y grasa. Creciendo y creciendo lentamente. Muchos bioculturistas de Massachusets(o como coño se escriba) pagarían miles de dólares por presenciar algo semejante. Pero en este pueblo era considerado un espectáculo cotidiano. Alguna vez algún despistado tropezaba y caía de lleno en la grasa de la gorda. Por supuesto, nunca más se le volvía a ver. Se celebraba una pequeña ceremonia donde niños en pañales repartían canapés a diestro y siniestro. El espectáculo acababa cuando la gorda y su grasa alcanzaban los cuatro metro de altura. Entonces y sin previo aviso, toda aquella masa de carne, grasa y vísceras explotaba. El parque entero se cubría de grasa, y donde antes se hayaba sentada la gorda, ahora sólo quedaba el banco del parque. Mañana será otro día y mañana  sucederá lo mismo. Cuando empieza la tarde la gorda se sienta en el banco del parque..

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